Adictos a la atención

Adictos a la atención
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Reconozcámoslo: a todos nos gusta que la gente nos mire. A algunos un poco, a otros mucho, pero siempre es agradable que los demás se fijen en ti. Que te recuerden.

Tener un estilo personal que nos defina y, sobre todo, que haga que los demás nos identifiquen es algo que todos buscamos en mayor o menor medida. Sin embargo, los peligros de llamar demasiado la atención nos acechan. Distinguir entre la atención positiva y la negativa que recibimos es algo que se aprende con los años, aunque aquí van unas cuantas pistas.

Por atención positiva en este contexto vamos a entender aquella que recibimos como un refuerzo a algo que hemos hecho y que supuestamente es bueno. Normalmente viene acompañada de elogios bienintencionados, aunque la señal inequívoca es que pronto vemos que algunos empiezan a imitar ciertas facetas de nuestro comportamiento.

La atención negativa es aquella que nos hace reyes por una noche del sarao de turno pero que luego nos relega al hazmerreír, al payaso aquel que sale vestido a la calle como si fuera la pasarela Cibeles, o el besugo sin criterio propio que adopta todo lo que le plantan por la tele.

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  • Originalidad versus extravagancia. Dos conceptos amigos separados por un abismo. Uno puede ser original añadiendo unas chapas a un chaleco clásico para darle un toque más informal. Uno es extravagante si el chaleco está lleno de floripondios en colores neón. Nos quedaremos dentro de los márgenes de la originalidad si trabajamos por detalle. Entenderemos cada parte de nuestro vestuario - camisa, chaqueta, pantalones, zapatos, accesorios - no como un compartimento cerrado sino como un todo. Si apostamos por una camisa con un toque diferente, por ejemplo un cuello Mao, el resto es mejor que se quede dentro de lo tradicional. Con unos vaqueros iremos bien, remarcando cierto aire interesante. Con unos pantalones tipo hippie-aladdin estaremos haciendo el ridículo más grande del mundo.
  • El último grito... de terror. Lo más peligroso de estar al día sobre las tendencias es que, de tanto ver fotos y fotos de desfiles, el ojo se acostumbra a ver como normal cosas que aún quedan meses para que salgan a la calle. Ser el dandy de nuestro barrio, el primero en llevar las últimas modas y el primero en abandonarlas es, además de agotador, fuente inagotable de cotilleos. No olvidemos que, desde que un diseñador presenta su colección hasta que pisa la calle pasan entre 6 y 9 meses. Una burrada.
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  • Momentos Barney. Es fácil desinhibirse cuando se toman un par de copas. Al principio la gente se ríe con nosotros, porque somos expansivos y divertidos. Pero reconocer el momento en el que debemos decir basta es fundamental. No hay que esperar a ir gritando por la calle, caerse de boca en las aceras o despertar en sitios desconocidos. Sigues siendo el centro de atención, pero también el blanco fácil de todas las burlas.
  • La alegría de la huerta. Las personas simpáticas y agradables nos entran por los ojos a todos. Da gusto pasar la tarde con alguien que tiene una conversación agradable y unos modales suaves que ni se notan. Sin embargo, el exceso de simpatía y el ser demasiado servicial juegan el efecto contrario. Dejarle tiempo a nuestro interlocutor para hablar, sin interrumpirle, escuchar lo que nos cuenta y hacer comentarios que tengan relación con lo que nos está diciendo, mantener el contacto visual pero no fijándolo intensamente en los ojos - eso da grima - y evitar palabras malsonantes son algunas claves para, al menos, mantenernos dentro de la corrección.
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